domingo, 12 de noviembre de 2006

11.30 a.m.

El profesor explica qué es el bien supremo por enésima vez. La clase aburre y sólo hay uno de los personajes graciosos presente; tristemente, es el mismo personaje al que el profesor manda a callar cada cinco o diez minutos. ¿Qué va a ser de mi clase de ética si el chico se traumatiza y no vuelve a mencionar a Dios? “La causa material no es material; la letra en la palabra no es concreta.”
Quedamos algunos tres estudiantes como público “atento” al profesor más cínico que haya conocido. Últimamente, el cinismo ha sido escencial en mis semanas; incluso mis monólogos, cuando los identifico, se han contagiado. ¡Y volvemos a la causa final! Felicidad: salir corriendo del salón y llevarme mi sándwich, por supuesto; al profesor que vele el bulto.
Primero Dios, luego el filósofo, por último el animal. El reloj, arreglado para sorprender a los ex-alumnos asistentes del primer concierto en el teatro, toca las 12:30. “Dios sería la calabaza pura para las calabazas.” ¡Que se joda la discusión del libro, esto de las calabazas entretiene!
La chica en la esquina quiere entretener al profesor; puede que el oxígeno esté debajo de la cintura asfixiada por su mahón y no encima de éste. La próxima pregunta será de algún varón, cediendo el turno genéricamente, queriendo saber si Aristóteles tenía verdaderamente el pelo blanco; a lo cual otro responderá que los griegos, por pensar tanto, incluso nacían con canas y barbas, seguido afirmará que lo leyó en Wikipedia. La chica asfixiada a medias pide una explicación luego de clase; el profesor insiste en perder el tiempo de todos ahora y no luego, tal vez para ahorrar el suyo. Seis clases más tarde se oyen voces tímidas reconociendo lo que se dijo en la primera; imagino que entienden.

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