viernes, 5 de octubre de 2007

Entrada segunda

Había escrito otra entrada.
No me decido por el idioma. Claro, el español surge naturalmente y la comodidad se deshace de todo conflicto socio-lingüístico (es decir, seguiré escribiendo en español porque me da igual).
Hay un examen de historia del siglo XIX pendiente. El libro sobre el período revolucionario y la era napoleónica está abierto en el capítulo siete; tiene demasiados adjetivos innecesarios. El tema de guerra total me recuerda a Pabón. Los estudios graduados son sólo cuestión de preguntas a las que nadie realmente responde. El profesor hace de moderador los estudiantes dan sus opiniones por dos horas y media (menos los diez minutos de pausa). Cuando los acostumbrados al arte hablan parecería estar uno en una grabación de “Quién tiene la razón” (menos el acento cubano). Mis notas, en consecuencia, son igualmente sólo preguntas; el examen también lo es. Supongo que será cuestión de creatividad.
El dinero de mis préstamos, como si hiciese falta recalcar su virtualidad, debe andar por Gran Caimán, lo cual queda más cerca que Tombuctú, donde ha de haber estado las pasadas semanas. Como aún no tengo trabajo, me divierto yendo dos veces a la semana a la oficina de asistencia económica a preguntar por su paradero. Ya que ando de pobre, diariamente calculo dónde coño se invierte todo el dinero que terminaré pagando por el año. Esta semana he añadido a los salarios de los profesores que andan en carros deportivos y edificios con ratones las visitas de Spivak, Scott y Klein; pero, me parece que bien podría contar los sándwiches de almuerzos.
Ayer tuve entrevista en un centro de tutorías. Hoy me levantó una doña que llamaba para ofrecerme dar clases sabatinas en un “community college” a niños de 9 a 11 años; la edad no me cuadra con que sea un “college” así que no me decido por si realmente recibí tal llamada; igual, le dije que estaba disponible.
Domésticamente podría estar mejor. Podría tener más ganas de cocinar para una y deshacerme de los menús de pollo o dejar de sustituir comidas por galletas con leche. O podría vivir en el piso 24, donde no tuviese de frente la ventana del vecino, quien, de hecho, nunca apaga la luz de su cocina. He terminado por primera vez una bufanda; es roja. Justo leía que luego del Terror, en el bals des victimes, los familiares de los guillotinados se ataron cintas rojas al cuello; ¡vaya gesto! Supongo que era el equivalente de los “Fulanito siempre te recordaremos” (con el diseño de una motora en la cual murió el sujeto).
Ubicación: Un mes más tarde me choca que los americanos no saluden con un beso. El informe del clima cambia cada media hora. La única comida a precio decente en el campus es pizza. La acera justo frente al Instituto es la pasarela de todos los estudiantes con una kipá.
Conferencias de la semana: la unión de los rojos y los verdes en Dinamarca, sociología de la literatura, la ley del velo en Francia.
Todavía no descubro por qué no se hunde la isla.