domingo, 9 de noviembre de 2008

Un sábado cualquiera

Son las 4 :30 de la tarde, y sí, ando en piyamas. Deal with it. De hecho, mi compañera de apartamento, Hasti, también anda por ahí en piyamas. Ella cocina un plato iraní para llevar a la fiesta de sus amigos. Yo termino de leer el capítulo del modo interpersonal para la clase de pedagogía. La bibliografía anotada sobre el anarquismo a finales del siglo XIX tendrá que esperar a mañana, porque, hoy, voy al cine.
Esta semana me deshice de la ansiedad que me ha asediado desde principios del otoño, porque, no se equivoque, el otoño no es la temporada más agradable del año. Desde finales de septiembre se viene anunciando. Mientras que en Nueva York teníamos que hacer excursiones para “ver” el otoño en un parque cualquiera, en State College el otoño te invade tan pronto abres la puerta. Día tras día, los árboles se toman turnos para cambiar de color. Me parece que los más jóvenes cambiaron más tarde; los viejos se acogieron al cambio tan rápidamente que no puedo más que pensar que se resignan a un invierno más, como los unionados a las vacaciones y a las huelgas.
Pero luego del cambio de color, comenzó la tragedia. Cada día estaba más y más ansiosa de que se cayesen las hojas.; siempre me ha asustado lo inevitable. Ya en octubre las hojas atacaban a la gente que caminaba felizmente por el campus. Siempre olvidé tomar fotos; nunca me importó mucho cargar con la cámara al salir de casa, creo que es porque aún le guardo rencor al pueblito y sus árboles, aún en todo su esplendor, han pagado mi desprecio. Y así me encontré rápidamente en un círculo vicioso de ansiedad: me agrada el cambio aunque no creo que el pueblo merezca tanta belleza, por lo cual, nunca tomé fotos a pesar de que sentía desperdiciar cada hoja que vi caer; deje que lo efímero fuese exactamente eso… Y se acabó el otoño.
Con la primera nevada, dos días antes de Halloween, me dejé de cosas. Ya nevó. Ya se acabó lo bonito. Me dejé de pensamientos melancólicos de jíbara que nunca ha visto un otoño de película. Me resigné a esperar el largo invierno que prometen los árboles y mis estudiantes. Seré normal y pensaré las temporadas como oportunidades para comprar algo, no sé, un abrigo, veinte abrigos, dos bufandas, té…

1 comentario:

Arturo Ulises dijo...

Lo que sucede es que el cambio se fue con Obama. Después de todo, eso fue lo más que prometió y de algún lado tiene que salir.
;-)