Lo cotidiano: sentarse en las escaleras de la entrada sólo por conectarse al Internet de la barra de al frente. Parte de la experiencia de sentarse frente a la puerta de cristal es ver la gente pasar. Los empleados de los hoteles que salen a fumar por las puertas de servicio. Los turistas perdidos en calles traseras de Champs Elysées. Los franceses ajorados. El público del Tour de France con sus bicicletas, cascos y bolsas amarillas. Ocasionalmente, cuando bajo en la noche, se aparece uno que otro borracho y toca en la puerta. Pensando que el primero sería algún residente sin llaves, le abrí. Me preguntó si yo era iraní. Cerré la puerta. Sólo en Francia logro ser tan americana como iraní. Hoy, tocó a la puerta la amiga de Anna, sólo porque ambas frecuentamos nuestra particular esquina me confundió con ella y me saludó muy cordialmente. La doña en cuestión pensaba que “robábamos” su conexión, por lo cual regañó a Anna una noche, le preguntó luego de quién era la conexión y, finalmente, dijo no ser residente de nuestro edificio y siguió su camino con su perro; creo que hay problemas con la lógica de ese orden. Para que sepa, señora, robamos la conexión del strip club de al frente; siéntase mejor, gracias por el gesto.
Llueve y no quiero escribir mi memoria. Análisis de la entrevista etnográfica para la clase sobre las clases medias de los suburbios. Mi entrevista apenas tiene algo que ver con el tema. No gano nada procrastinando, pero dado a que no tengo Internet en el apartamento, al menos postergo tener que ver televisión francesa.
Para el otoño, espero tener líos nuevos. Las lista de libros. Los planes de clases. El viaje de Navidad. La lejanía de muchos. La última es la única constante.
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