Oigo un ronquido. El segundero del reloj de la cocina. Un carro pasar a lo lejos. Los grillos. Todos duermen en la casa de seis y un perro. Yo he vuelto a mi horario regular. Leo los pocos titulares que han podido cambiar desde esta mañana, pero saben a noticias viejas. Debería acostarme, pero espero.
He estado a la espera la semana entera. Regresar. Viajar. Irme. Ver la ciudad nuevamente y por última vez. Sólo vi el metro. Ahora, espero llegar. Imagino un pueblito de calles desiertas, casas de techos triangulares y árboles a la orilla de la carretera. Es más fácil deshacerse de las ideas que nunca estuvieron muy definidas. Vuelvo a preocuparme por la primera compra. La sal. El azúcar. Las ollas. El mapo. Luego será cuestión de los vegetales, el cereal y las carnes.
El examen. Debería estar estudiando.
Espero además la respuesta del periódico. Las cartas que no llegarán.
Espero recomenzar. Esto de las vacaciones y periodos de estudio se ha convertido en una cuestión de inercia. Cuesta tanto acostumbrarse a vegetar como a madrugarse leyendo. Es el vértigo de la transición lo que me entretiene.
Mientras espero, leo. Al igual que en la oficina del médico o la parada del metro.
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