Ni siquiera tratándose del estado de ser puedo deshacerme de la bendita costumbre de hacer inventarios. Además me parece que soy sólo si hay algo sobre mi escritorio; si lo puedo enumerar; luego se podría discutir si soy según el objeto en cuestión. De un vistazo al escritorio se intuye, claramente, que se trata de una estudiante. Tengo libros sobre el escritorio, en el librero, sobre el armario… Una tasa de té vacía. Un panfleto de una conferencia sobre el fin de siglo pasado. Post-its en color neón. Una cartuchera. Y, claro, mi computadora.
Hay más. Pegada a la pared del librero tengo una postal con la bandera de Bretaña con sus “hombrecitos” y rayas blancas y negras. Le sigue la postal del “lapin de metro” con sus patas vendadas. Y hay una última postal con el mapa del sistema de metro de París. No creo que el conejo aprecie mi humor en ponerle al lado del mapa.
De ser más organizada no estarían las gafas de $5 por ahí también. Las compré en la calle en Nueva York y no puedo ver con ellas puestas, pero me gusta cómo quedan. Iba de camino a la universidad, a decir verdad, de camino a un café con el Daniel como de costumbre, y me paré en el primer puesto que las vi porque ya me había prometido a mí misma comprarme unas cuando hiciese sol al fin. Son imitación de Ray Ban, como las que usaba Goddard pero que ahora usan todas las demás personas sin la marca, sin el cigarrillo y sin el film en la mano. Estaba tan emocionada con mi compra; finalmente, sería una estudiante más en el Washington Square Park, indistinguible del resto. Aunque creo que antes también lo era. Igual ya tenía la mochila, la matrícula, el café, el amigo, el banquito bajo el árbol, los audífonos y el cigarrillo.
Bajo las gafas hay un sobre del banco local, PNC. Lo cual me recuerda que ahora, las gafas no sirven de mucho. Bueno, sirven de gafas. En State College la gente no se viste de manera ochentosa a propósito (lo cual hace todo tan cómico como desconcertante). No por ser concientes de su moda anacrónica considero a los niuyorquinos menos sujetos a este o aquel sistema, pero sucumbir a la tentación comercial me parece más admisible que la ingenuidad de mis nuevos sujetos de parque en el centro de Pensilvania. Digamos que todavía me acostumbro a vivir en el campo entre el maíz y los árboles de navidad. Más aún, me acostumbro a acostumbrarme a saber que estaré cuatro años en el campo haciendo un doctorado que no estoy segura de querer. Finalmente, es por estar en el campo que mi librero siempre estará lleno de ahora en adelante y mi computadora prendida. Dentro de varios días, espero tener sobre mi escritorio algún sobre de Netflix. Tal vez pase los próximos años viendo películas sobre sujetos en parques cuadrados con cafés a la mano e imitaciones de gafas ochentosas.
Bibliografía anotada: Civilización francesa
Aún no sé muy bien de qué se trata mi campo. ¿De la decadencia tal vez? ¿De la hipocresía histórica? Perdón, eso es una suposición anacrónica… ¿La francofilia frustrada? Puede que estudie el país; no estoy segura. La bibliografía anotada es pues un intento como toda otra de decir lo relevante y definir mejor el campo.
Bescherelle: La Conjugaison. Hatier: París, 1997.
De enseñar español en lugar de francés básico no necesitaría el libro. Pero aún no sé utilizar el subjuntivo imperfecto. A decir verdad no sé conjugar muy bien ningún tiempo verbal.
Corbin, Alain. Women for Hire: Prostitution and Sexuality in Frace alter 1850.
Harvard UP: Cambridge, 1990.
Única lectura entretenida por el momento para la única clase entretenida por el momento. La reseña del libro es para octubre, pero como no quiero leer lo que debo leer para esta semana he comenzado la lectura de Corbin. Corbin me cae bien. Siempre sonrío cuando recuerdo que se casó con una estudiante suya, Simone Delattre para la cual escribió el prólogo de su libro, Las doce horas negras en París.
Flumian, C. et al. Rond-Point. Pearson: Upper Sadle River, 2007.
Primer libro que veo de francés básico en el cual se enseña el condicional antes del futuro. El estudiante sigue necesitando la raíz del futuro para construir el condicional, pero Prentice Hall no parece estar enterado. A pesar de la organización mediocre, le doy un punto por dedicar un capítulo a la región de Bretaña. No entiendo muy bien la utilidad de una cuarta parte de las actividades (como la del removedor de pelusas o la visita al quincallero) pero imagino que a uno de los escritores le hizo mucha falta una rasuradora de pelusas en algún momento durante su estadía en Francia y quiere evitarle el mismo problema a otros. No recuerdo tampoco haber ido a quincallero alguno, en ningún idioma.
Omaggio, Hadley. Teaching Language in Context. Thomson: Boston, 2001.
A pesar de mi desorientación académica dentro de mi propio campo, la civilización y todo el invento me parecen clarísimos al lado de clases como las que requieren este libro. En Penn State la clase se llama Enseñaza del francés como segundo idioma, en Columbia, descubrí hoy, le han dado un nombre ostentoso como Practicum en pedagogía del idioma francés. Finalmente, toda clase que use este libro, tenga el nombre que tenga, suckea.
Tocqueville, Alexis de. The Old Regime and the Revolution. Ed. François Furet y otro
fulanito. University of Chicago: Chicago, 1998.
Tocqui es mi panita. Es como los amigos que te encuentras por ahí en la universidad cada dos meses, hablas una hora con ellos y luego no los vuelves a ver por buen tiempo.